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lunes, 13 de julio de 2009

Fabulas y Moralejas

EL RUIDO DE LA CARRETA

Paseaba un día en la mañana, con mi padre, cuando él se detuvo en una curva en medio de una carretera vieja, con poca fluencia de vehículos y de gente, eso fue lo que observaba en ese momento, y después de un espacio de silencio me preguntó mi padre:

*¿Andrés, además del cantar de los pájaros, el radiante sol, el olor de las rosas que están mas allá de la montaña escuchas alguna otra cosa más hijo mío?

Miré hacia mi alrededor y después de algunos segundos le respondí:

Estoy escuchando el ruido de una carreta, padre.

*Así es - dijo mi padre-

Es una carreta que se encuentra vacía hijo.

Pregunté a mi padre:

¿Cómo sabes que es una carreta vacía, sí aún no la vemos papá? Entonces mi padre me respondió:

*Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido Andrés. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.

Pasó el tiempo, transcurrieron los años, mi padre se me fue, a un viaje muy lejos, me convertí en adulto, y hasta hoy en día, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todas las personas a su alrededor, siendo inoportuna o a veces muy violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente, creyéndose más que los demás seres humanos, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo:

"Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace".

La humildad consiste en la vida callar las virtudes que llevamos por dentro y darle paso a que los demás las descubran. No es fácil encontrar la humildad, pero es un trabajo que debemos hacer, día tras día, por eso hay que recordar siempre esto, y darnos cuenta que existen personas tan pobres de alma, que lo único que tienen es dinero.

Y ningún ser humano se encuentra más vacío que, aquel que está lleno de egoísmo, de envidia y de rencores, que no llevan a nada.

Es por ello que dentro de esta corta vida, donde estamos de paso, tenemos que valorar cada segundo de ella, es entonces cuando me di cuenta que envejecer en la vida es una etapa obligatoria, pero que tener la madurez que buscamos, esta en cada uno de nosotros, es decir, es opcional.

HISTORIA PARA REFLEXIONAR
Un sultán decidió hacer un viaje en barco con algunos de sus mejores cortesanos. Se embarcaron en el puerto de Dubai y zarparon en dirección al mar abierto.

Entretanto, en cuanto el navío se alejó de tierra, uno de los súbditos, que jamás había visto el mar y había pasado la mayor parte de su vida en las montañas, comenzó a tener un ataque de pánico.

Sentado en la bodega de la nave, lloraba, gritaba y se negaba a comer o a dormir. Todos procuraban calmarlo, diciéndole que el viaje no era tan peligroso, pero aunque las palabras llegasen a sus oídos no llegaban a su corazón.

El sultán no sabía qué hacer, y el hermoso viaje por aguas tranquilas y cielo azul se transformó en un tormento para los pasajeros y la tripulación.

Pasaron dos días sin que nadie pudiese dormir con los gritos del hombre. El sultán ya estaba a punto de mandar volver al puerto cuando uno de sus ministros, conocido por su sabiduría, se le aproximó:

-Si su alteza me da permiso, yo conseguiré calmarlo.

Sin dudar un instante, el sultán le respondió que no sólo se lo permitía, sino que sería recompensado si conseguía solucionar el problema.

El sabio entonces pidió que tirasen al hombre al mar. En el momento, contentos de que esa pesadilla fuera a terminar, un grupo de tripulantes agarró al hombre que se debatía en la bodega y lo tiraron al agua.

El cortesano comenzó a debatirse, se hundió, tragó agua salada, volvió a la superficie, gritó más fuerte aún, se volvió a hundir y de nuevo consiguió reflotar. En ese momento, el ministro pidió que lo alzasen nuevamente hasta la cubierta del barco.

A partir de aquel episodio, nadie volvió a escuchar jamás cualquier queja del hombre, que pasó el resto del viaje en silencio, llegando incluso a comentar con uno de los pasajeros que nunca había visto nada tan bello como el cielo y el mar unidos en el horizonte.

El viaje, que antes era un tormento para todos los que se encontraban en el barco, se transformó en una experiencia de armonía y tranquilidad.

Poco antes de regresar al puerto, el sultán fue a buscar al ministro:

-¿Cómo podías adivinar que arrojando a aquel pobre hombre al mar se calmaría?

-Por causa de mi matrimonio -respondió el ministro-. Yo vivía aterrorizado con la idea de perder a mi mujer, y mis celos eran tan grandes que no paraba de llorar y gritar como este hombre.

Un día ella no aguantó más y me abandonó, y yo pude sentir lo terrible que sería la vida sin ella. Sólo regresó después de prometerle que jamás volvería a atormentarla con mis miedos.

De la misma manera, este hombre jamás había probado el agua salada y jamás se había dado cuenta de la agonía de un hombre a punto de ahogarse. Tras conocer eso, entendió perfectamente lo maravilloso que es sentir las tablas del barco bajo sus pies.

-Sabia actitud– comentó el sultán.

-Está escrito en un libro sagrado de los cristianos, la Biblia: «Todo aquello que yo más temía, terminó sucediendo». Ciertas personas sólo consiguen valorar lo que tienen cuando experimentan la sensación de su pérdida.


LO QUE MÁS DESEA UNA MUJER


Hace mucho tiempo, en la época del Rey Arturo y de la reina Ginebra, vivía sir Gawain, sobrino del rey y el caballero más cortés y valiente de toda Inglaterra.



Un año, por Navidades, el rey y la reina recibieron a la corte en Carlisle, en el norte del país, y entre ellos se encontraba sir Gawain. El día después de la Navidad, el rey salió solo a caballo hacia el bosque.



Al cabo de poco tiempo, llegó a un lago helado en cuya orilla se encontraba un castillo oscuro y sombrío. Mientras el rey observaba la superficie espectacular del lago, un caballero apareció en el portal del castillo provisto de un mazo de considerable tamaño.



El rey se fue galopando hacia el caballero y le desafió. Pero a medida que se fue acercando al caballero, el rey Arturo vio que el hombre era un gigante. Era tan alto como dos jinetes valerosos y su cara tenía una expresión feroz.



El gigante miró al rey con desprecio, empuñó su espada y su lanza y se comenzó a reír.



-Tú eres mi prisionero -dijo-. Pero dado que eres el rey te ofreceré una oportunidad para quedar libre. Si en el plazo de un año encuentras la solución a mi acertijo, te dejaré ir.



-¿Acertijo?-preguntó el rey-. Cuéntame el acertijo.



-El acertijo es el siguiente: ¿Qué es lo que más desean todas las mujeres?-respondió el gigante-.Preséntate en este mismo lugar y desarmado dentro de un año a partir de hoy. Si no tienes la respuesta serás mi prisionero. Y con otra sonora carcajada hizo girar su caballo y se fue galopando hacia el interior de su lúgubre castillo.



El rey Arturo volvió a través del bosque cavilando sobre el acertijo y con el miedo en el cuerpo. Cuando llegó a la corte contó a sus caballeros todo lo que había pasado.



Cuando tuvieron noticia de que el rey sería aprisionado en caso de no resolver el acertijo, los caballeros comenzaron a buscar de una punta del reino a la otra, preguntándole a todo el mundo la solución del mismo. A lo largo de sus múltiples viajes escucharon muchas respuestas.



-Joyas brillantes -contestó un hombre. Vestidos de seda, dijeron otros. Y cuando los caballeros le llevaron esas respuestas al rey éste supo, de algún modo, que ninguna de ellas era la correcta.



Pasó un año y, tal como había prometido, el rey Arturo tenía que volver al castillo situado en la orilla del lago helado. Iba cabalgando lentamente y se encontraba muy alicaído. De repente, una voz gritó:



-¿Por que está tan triste, milord Arturo, el rey?



Miró hacia arriba y vio a una mujer delante suyo, sentada sobre un tronco. Tenía la nariz retorcida, la piel cubierta de manchas repulsivas y el pelo enredado y apelmazado, y el rey pensó que era la mujer más fea que había visto en toda su vida.



-¿Porque está tan triste, milord Arturo, el rey?-repitió la señora fea.



La señora sabe mi nombre, pensó el rey sorprendido. Temía que hubiera detectado en su expresión lo fea que la encontraba. Tuvo el detalle de mirar en otra dirección cuando le respondió:



-Estoy triste porque tengo que responder una adivinanza-dijo-o seré prisionero de un caballero gigante.



-¿De qué se trata el acertijo?-preguntó la señora fea.



-¿Que es lo que más desean todas las mujeres?



La señora fea se echó a reír.



-Éste si es fácil -le dijo.



El corazón del rey comenzó a latir fuerte.



-Dígame la solución, milady -le dijo -y le concederé cualquier favor que me pida.



-¿Cualquier cosa que pida? -preguntó la señora y esgrimió una sonrisa asquerosa.



El rey Arturo volvió a mirar, prudentemente, en otra dirección cuando contestó:



-Cualquier cosa, señora



-Entonces deje que le susurre la respuesta al oído-dijo la señora, y el rey se bajó del caballo, escuchó y, acto seguido, sin mirarle todavía a la cara, le dio las gracias y se fue cabalgando.



El rey llegó rápidamente al lago helado, donde vio al caballero gigante cabalgando hacia él proveniente del castillo sombrío.



-Bueno pues, milord rey -dijo el gigante entre risas-, ¿me ha traído la respuesta a mi acertijo?



Y el rey le dio la respuesta que la señora fea le había susurrado. El gigante estaba furioso.



-¡Tiene la respuesta! ¡Sólo existe una persona que la sabe! ¡Mi hermana! Ella se la debe haber dicho.



E hizo girar su caballo y desapareció, mientras su rugido furioso retumbaba en el bosque.



Ahora le tocaba reír al rey Arturo. Se fue cabalgando hacia el tronco donde todavía permanecía sentada la señora fea.



-Dígame, milord rey -dijo con su fea sonrisa-, ¿fue correcta mi respuesta?



-Sí lo fue, señora mía -respondió el rey-. Y ahora tal como le prometí, le concederé cualquier favor que me pida.



-Le pido lo siguiente -dijo-. Pido que Gawain, el caballero más cortés, valiente de toda Inglaterra se convierta en mi marido.



El rey se quedó perplejo y horrorizado.



-Señora, por mucho que sea el rey, no puedo obligar a Gawain a casarse en contra de su voluntad.



-Me dio su palabra -dijo la señora fea-. Ahora ve en busca suya y me lo traes.



Arturo volvió cabalgando a través del bosque hacia la corte, otra vez con el ánimo por lo suelos. Cuando le vieron llegar, toda la corte se regocijó de verlo a salvo y se aglomeró a su alrededor preguntándole qué respuesta había sido la correcta.



Pero el rey suspiró.



Ninguna de vuestras respuestas fue la correcta -dijo. Y, a continuación les contó la historia de la señora fea y su respuesta, y el favor que le había pedido a cambio.



-Me casaré con esa señora, tío -dijo Gawain tranquilamente, porque no sólo era el caballero más cortés y valiente de toda Inglaterra, sino también un sobrino abnegado.



-Lo haré por usted.



Y el rey le contó detalles sobre la nariz retorcida de la señora, su piel cubierta de repugnantes manchas y su pelo enredado y apelmazado, pero Gawain insistió.



-He decidido casarme con ella -dijo -por amor a usted.



Y se fue hacia el bosque donde encontró a la señora fea sentada encima del tronco. Se quedó tan perplejo al ver su cara que no le salía palabra alguna. Parecía incluso más horrorosa de lo que su tío le había dicho.



Pero entonces recordó que había dado su palabra al rey. Y por lo tanto, alejando la mirada cuidadosamente de la cara de la señora, hizo una reverencia delante de ella y preguntó:



-¿Señora, desea ser mi esposa? Y ella aceptó.



Gawain y la señora se casaron en la abadía de Carlisle. Todo el mundo lo festejó y bailó y, a continuación, los invitados condujeron a sir Gawain y a la señora fea hasta la cámara nupcial y cerraron la puerta detrás de ellos.



Ahora, los dos estaban solos. La señora le sonrió a su marido y el respondió con otra sonrisa y un suspiro. Pensando que todavía tenía un aspecto horripilante, la cogió en sus brazos, cerró los ojos y la besó.



Cuando Gawain abrió sus ojos encontró en sus brazos a la chica más hermosa que había visto nunca. Sus ojos brillaban como piedras preciosas, su piel resplandecía y su pelo se rizaba alrededor de su cara.



Gawain se quedó estupefacto.



-Ahora has roto la mitad del hechizo -dijo la señora-. Mi madrastra me echó el hechizo de que sería horrorosamente fea hasta que encontrara a un buen marido. Ahora te tengo que ofrecer una alternativa. ¿Qué prefieres, Gawain, que yo sea la señora fea de día y guapa de noche? ¿O de aspecto agraciado de día y horripilante de noche en nuestra cámara nupcial?



Gawain permaneció en silencio.



-Te preferiría fea de día y -comenzó-. No, hermosa de día y... ¡no!



Y pensó y pensó sobre la elección que debía tomar hasta que, finalmente, suspiró:



- No puedo tomar esta decisión por ti, mi querida esposa -dijo por último-. Debes elegir tú misma.



Y entonces, la señora sonrió de todo corazón y cogió sus manos entre las suyas.



-Has roto el maldito hechizo en su totalidad -dijo con alborozo-; de aquí en adelante siempre seré, de día y de noche, tal como me ves ahora.



Libremente has dado la respuesta al acertijo que mi hermano impuso al rey: ¿que es lo que más desea una mujer? Y la respuesta es: la capacidad de poder elegir lo que ella quiera.



Y a partir de ese día, sir Gawain y la hermosa señora vivieron juntos y fueron muy felices.

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